miércoles, 3 de abril de 2013

Con inmensa ternura amo el mar y el desierto; 
Y sonrío en los duelos y en las fiestas sollozo 
Y encuentro un gusto grato al más ácido vino; 
Y los hechos, a veces, se me antojan patrañas 
Y por mirar al cielo caigo en pozos profundos. 
Más la voz me consuela, diciendo: Son más bellos 
los sueños de los locos que los del hombre sabio.

martes, 18 de septiembre de 2012


Vean a los tontos reír por nada, reír por todo, mírenlos; observen la melaza brillante de su baba alargarse en un hilo infinito hasta rebasar sus acuarios empalagosos de algas y peces de colores: peces color rosa, peces color esperanza, peces color claro luna.Vean a los tontos rebosantes y beatíficos, cambiar de dios y de mundo con sólo manipular su aparato de televisión, mientras con la otra mano engullen, extasiados, su eterno y glorioso pan con queso. Los capirotes, los cucuruchos y las orejas de burro los tienen sin cuidado. Y ríen felices de la vida, ríen a mandíbula batiente, ríen a desgañitarse, mientras sus enormes cabezas bovinas (en general los tontos son de cabeza grande) se ladean ahítas de pajaros, de globos, de papel picado, de cintitas de la primera comunión. Y hablan y hablan los tontos, hablan y hablan de cosas intrascendentes, vacuas, hueras, livianitas como merengues, chirles como las aguas menores de una nínfula pálida. Las cuestiones relativas a los grandes problemas de la humanidad, que a nosotros nos hacen arrugar el ceño en grave gesto, ellos las resuelven olímpicamente con un manotazo en el aire, con un pedo en la mesa o con una plácida vueltecita en auto (para los tontos no hay nada en la vida como andar en auto). Esos tontos se conocen a la legua (y jamás se reconocen entre ellos).

Y he aquí que mientras el resto de nosotros se da hocicos contra el mundo tratando de sentar plaza de sabio y alzar tienda de ingenios, y pálido y encorvado hasta la lástima se entrega de lleno al estudio de las artes y las ciencias (en pos de la inmortalidad, pues, hombre), ellos, los estultísimos, se dan la vida del oso deleitándose de gran manera entre los brazos rollizos de alguna amorosa tonta, ejemplares poseedores comúnmente de labios carnosos y de un suave, rosado y tonto parcito de piernas.

viernes, 17 de agosto de 2012


Hay placer en los bosques sin caminos,
hay éxtasis en las orillas solitarias,
hay compañía donde nadie pisa,
cerca del profundo mar y de su rugido musical;
no amo menos al hombre, sino más a la Naturaleza.

viernes, 27 de julio de 2012


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí, para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender, coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca, y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos, el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo de aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

[Ay, Cortázar...]

lunes, 9 de julio de 2012

La pequeña y fea garrapata, que forma una bola con su cuerpo de color gris plomizo para ofrecer al mundo exterior la menor superficie posible; que hace su piel dura y lisa para no secretar nada, para no transpirar ni una gota de sí misma. La garrapata, que se empequeñece para pasar desapercibida, para que nadie la vea y la pise. La solitaria garrapata, que se encoge y acurruca en el árbol, ciega, sorda y muda, y sólo husmea, husmea durante años y a kilómetros de distancia la sangre de los animales errantes, que ella nunca podrá alcanzar por sus propias fuerzas. Podría dejarse caer: podría dejarse caer al suelo del bosque, arrastrarse unos milímetros con sus seis patitas minúsculas y dejarse morir bajo las hojas, lo cual Dios sabe que no sería ninguna lástima. Pero la garrapata, terca, obstinada y repugnante, permanece acurrucada, vive y espera. Espera hasta que la casualidad más improbable le lleve su sangre en forma de un animal directamente bajo su árbol. Sólo entonces abandona su posición, se deja caer y se clava, perfora y muerde la carne ajena.

sábado, 26 de mayo de 2012

Se ha convertido en el motivo del alma como una barquilla abandonada, que navega por un mar infinito de deseos, por el campo estéril de las preocupaciones y de la ignorancia, entre los falsos reflejos del saber, en pleno centro de la sinrazón mundana; navecilla que es presa de la gran locura del mar, si no sabe echar ancla sólida, la fe, o desplegar sus velas espirituales para que el soplo de dios la conduzca al puerto.

domingo, 24 de octubre de 2010

Quienquiera que haya gustado los otros días, los verdaderamente malos, los del perverso dolor de cabeza clavado detrás de los globos de los ojos, y convirtiendo por arte del diablo toda actividad de la vista y del oído de una satisfacción en un tormento, o aquellos días de la agonía del espíritu, aquellos días terribles del vacío interior y de la desesperanza, en los cuales nos salen al paso, con sus muecas como un vomitivo, la humanidad y la llamada cultura con su brillo de feria, falso, ordinario y de hojalata, concentrado todo y llevado al colmo de lo insoportable dentro del propio yo enfermo; el que haya gustado aquellos días infernales, ése ha de estar muy contento con estos días normales y mediocres como el que hoy transcurrió en mí.
Esta autosatisfacción es una cosa bella; la falta de preocupaciones, estos días llevaderos que pasan volando bajito, a ras de tierra, en los que no se atreven a gritar ni el dolor ni el placer, donde todo no hace sino susurrar y andar de puntillas.
Bien, conmigo se da el caso, por desgracia, de que yo no soporto con facilidad precisamente esta semisatisfacción, que al poco tiempo me resulta intolerablemente odiosa y repugnante, y tengo que refugiarme desesperada en otras temperaturas, a ser posible por la senda de los placeres y también por necesidad por el camino de los dolores. Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado la tibia e insípida soportabilidad de los llamados días buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan doloroso y de miseria, que al adormecido dios de la semisatisfacción le tiraría a su cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud, y más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa...
Entonces se inflama en mi interior un fiero afán de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frenético de hacer polvo alguna cosa, por ejemplo, unos grandes almacenes o una catedral, o a mí misma, de cometer temerarias idioteces, de arrancar la peluca a un par de ídolos generalmente respetados o retorcer el pescuezo a varios representantes del orden burgués. Esta autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidadoso optimismo burgués, esta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente. En tal disposición de ánimo termino, al oscurecer, aquel día tan soportable como rutinario...